Saludo ancestral. Siempre se nos ha hecho algo difícil escribir, pues somos un pueblo oral desde el inicio de la vida del primer U’wa. Llevamos esta característica en la sangre y así se han trasmitido nuestros saberes desde el inicio hasta nuestros días. De generación en generación. La mayoría de actividades que nos reúnen dentro y fuera de nuestro territorio ancestral las hacemos de manera oral. Estamos sujetos a nuestras formas propias de comunicación, lo cual nos llena de orgullo y cada día buscamos fortalecer. Esa relación oral se entiende porque «U’wa» se traduce como «persona inteligente que sabe hablar», lo que explica esa relación natural con el habla, pero no con la escritura. Por esto se nos hizo un poco difícil escribir estas líneas y buscar palabras que logren despertar o transmitir el sentir de nuestras vivencias como mujeres defensoras de derechos colectivos e individuales, y las diferentes sensaciones que tuvimos que pasar por defender la justicia en situaciones individuales y colectivas de nuestro pueblo.
Las mujeres U’wa hacemos parte de una nación, de un Estado, y lo decimos así para que el mundo lo entienda, dado que tenemos nuestro propio sistema de vida, el cual se estructura bajo la lógica de la Madre Tierra, pues Sira (Dios), en su proceso de creación del todo, dejó unos principios, los cuales hacen parte de la ley de origen que fue, es y será la ruta de navegación de nuestro pueblo. Esta estructura tiene un sistema de gobierno propio, salud propia, educación propia, usos y costumbres propios, caminos ancestrales, avances tecnológicos propios, sistema de economía propio, sistema de justicia propia, sistema cósmico propio, sistema religioso propio y demás sistemas que hacen parte de la vida diaria de nuestra nación.
Todo esto nos forma desde el vientre hasta el final de nuestra vida. Vemos cada uno de estos sistemas de manera transversal y por eso cuando hablamos o escribimos lo hacemos desde una mirada panorámica unificada, pues cada componente de nuestra sociedad se complementa, y esto no permite separarlo en los diálogos en el interior de nuestros territorios y fuera de él. Por eso nosotras, las mujeres U’wa, no somos nada sin el territorio. Los U’wa sin la Madre Tierra no somos nada. ¿Dónde podríamos materializar nuestros usos y costumbres si no es en la Madre Tierra? ¡No hay otro escenario!
Las luchas y resistencias de la mujer y del pueblo U’wa iniciaron desde el momento en que la armonía de la relación de nuestro pueblo con el territorio, la relación entre comunidades, la relación espiritual y lo físico empezaron a romperse con la presencia de Occidente. El territorio binacional ancestral de la nación U’wa está compuesto por suelos colombianos y venezolanos. Por el lado colombiano son cinco departamentos (Santander, Norte de Santander, Boyacá, Arauca y Casanare) y por el lado venezolano son cuatro estados (Táchira, Mérida, Barinas y Apure). Ellos son el territorio físico y espiritual-cósmico-ancestral de la nación U’wa.
En lo físico, lo palpable, lo que se puede sentir y recorrer, hay zonas montañosas y llanas con todos los pisos térmicos que forman montañas intransitables, ríos caudalosos, caños, lagunas, sabanas, morichales, selvas, sitios sagrados y nacientes de fuentes hídricas. Inicia en el sagrado nevado del Zizuma, en el departamento de Boyacá, y va hasta las llanuras de Arauca, Casanare y Apure. Por eso el territorio U’wa tiene un paisaje diverso y rico en diversidad de vida, de flora y fauna. Pero también hay diversidad espiritual, porque cada una de estas diversidades tiene su vida propia y cumple con funciones cósmicas. Necesitamos mantener y proteger el equilibrio, si no, toda clase de vida y humanidad, junto con la Madre Tierra, va a entrar en un proceso de destrucción.
En este territorio, las mujeres U’wa hemos dado vida y hemos luchado por protegerla. A lo largo de la historia, nuestras mujeres mayores y nosotras sabemos el significado de la vida, pues vivieron y vivimos en carne propia cómo se nos arrebataron los hijos y las hijas, los hermanos, los esposos, los familiares y el territorio sagrado. Los colonos hicieron la primera invasión a inicios de 1810. Las mujeres U’wa tuvieron que sufrir violaciones por parte de hombres blancos que con estas acciones despojaban la dignidad de las mujeres y sus familias. Las mujeres U’Wa fueron tratadas como esclavas sexuales y se deshumanizó su existencia. Estas acciones violentas y denigrantes con el cuerpo de la mujer no se habían manifestado durante tiempos anteriores, solo cuando el hombre blanco las trajo. Esto inició varias afectaciones a nuestras mujeres mayores, con consecuencias sociales, culturales, espirituales y cósmicas. Lo mencionamos de manera individual para que Occidente entienda, pero el equilibrio se empezó a transformar en conjunto. El dolor que sufrieron las familias U’wa fue y es muy grande. Además, se presentaron asesinatos de manera indiscriminada y se despojaron a miembros de las comunidades por defender la dignidad de las mujeres, la vida y las tierras donde se establecían las comunidades.
Estas personas encontraron la muerte de manera violenta y fueron desplazadas. Los U’Wa sintieron dolor de dejar las malocas, las viviendas tradicionales y los otros elementos del entorno que estructuraban el escenario donde las familias tenían unos roles específicos, cada uno de acuerdo con sus aptitudes y actitudes en el interior de las comunidades, con los hábitos desarrollados desde el inicio de la concepción de la vida de cada miembro U’wa. Nadie tiene el poder de quitar esa alteración al orden de las cosas. Solo la naturaleza desde su sabiduría controla los ciclos de la vida.
Lo delicado del asunto no terminó, porque el Estado colombiano en sus procesos colonizadores, mediante el concordato, siguió arremetiendo con la Iglesia católica contra las comunidades de nuestras familias. En 1830 inició la planificación de las misiones, que se caracterizaron por implantar construcciones en comunidades estratégicas, las cuales permitían tener más incidencia en el territorio. Se impuso una arquitectura en su mayor parte antioqueña y la principal materia prima fue la madera, que ocasionó unas transformaciones en el contexto de las comunidades. Las familias U’wa fueron forzadas a trabajar en las obras desde el inicio hasta el final. La mayoría de las veces eran llevadas amarradas, sin consideración de ser hombre, mujer o niño. La deforestación para la nueva y contaminante estructura aumentó, cambiaron las dinámicas de las comunidades en esas zonas que a veces se consideraban lugares sagrados, el entorno se transformó. Implementaron un nuevo modelo de educación occidental, continuó la esclavización y el despojo de territorios. La Iglesia apoyó para que el Estado, por medio del Incora, continuara titulando a blancos el territorio ancestral. Hubo cruzadas por las comunidades para llevarse a las mujeres a las misiones. Las primeras casas misionales estuvieron en Santa Librada y El Chuscal. Después se instalaron sedes en comunidades estratégicas.
En 1848 la situación de despojo territorial fue más fuerte en los límites territoriales ancestrales. Asesinaron a los U’was por la tierra, aumentó el secuestro de mujeres, niñas y niños U’wa, hubo esclavización como mano de obra para los hacendados. La violencia en el interior del país entre liberales y conservadores hizo que la población que ingresaba al territorio aumentara y muchos de los desplazados llegaron al territorio por caminos ancestrales. Cada día hacían que el control y la autonomía de las decisiones de las familias U’wa sobre las formas de vida armónica con la Madre Tierra se silenciaran.
Todos estos hechos afectaron a las mujeres. La mayoría de ellas fueron llevadas obligadas a las misiones, obligadas a casarse por la Iglesia católica, a trabajar sin paga. Fueron utilizadas como objetos sexuales por los colonos que trabajaban en las misiones y por los hombres hijos de los primeros colonizadores. Esto trajo un aumento del mestizaje. Muchas de las mujeres no podían decir nada por miedo y sacaban a sus hijos adelante sin apoyo de nadie. Por los señalamientos de los miembros de las comunidades, en ocasiones fueron rechazadas por las familias. Aunque no tenían la culpa, en esa época los derechos de la mujer también eran relegados en Occidente.
Una de las situaciones más complejas y que atentaron de manera directa contra la Madre Tierra en nuestro territorio ancestral tiene que ver con la economía, la cual se fundamentaba en la explotación de recursos no renovables, principalmente la sangre de la Madre Tierra, que el hombre occidental llama petróleo. No quiere decir que las acciones anteriores como la deforestación de grandes extensiones para las actividades agrícolas extensivas, que en muchas ocasiones fueron lugares sagrados, no fueron graves. Por supuesto que sí. Lo que sucede es que la explotación de petróleo aceleró las acciones violentas contra la Madre Tierra y contra la vida existente en ella. Por eso la gravedad del asunto y que hoy la humanidad está recibiendo los impactos. El hombre blanco le dice calentamiento global. Es consecuencia de un planeta muriendo lentamente. Por eso para nosotras las mujeres, el dolor de ver que nuestra Madre se muere lentamente y ella en su actuar intenta sobreponerse a las puñaladas que poco a poco quitan ese aliento de vida… en calidad de madres defendemos la vida.
Las petroleras son violencia, muerte. El Gobierno nos arrebató la autonomía de nuestro territorio, implantando con abusos y violencia esta actividad asesina contra la Madre Tierra, que llegó en 1970. A lo largo de la historia hemos visto lo que pasa con las explotaciones de recursos naturales no renovables. Hay muerte, corrupción, envidias, desacuerdos, hambre, deshumanización… mentiras que, desde el escritorio, los Gobiernos de turno afirman que son el camino para el desarrollo. Pero en los territorios no hay una inversión real, no hay vías, viviendas, escuelas, colegios, universidades, hospitales, clínicas, economías estables. Desde el interior ven nuestros territorios como la despensa para satisfacer sus hambres. Imponen lo que se les ocurre y excluyen a la población que habitamos estas tierras.
La Oxy en Caño Limón y la estación de Samore invadieron sitios sagrados y tierras ancestrales, despojaron a nuestros ancestros del control de esos lugares por medio de mentiras, engaños, amenazas y utilizaron actores armados. Impusieron sus intereses y ocasionaron el desplazamiento de comunidades. Alteraron las dinámicas culturales y espirituales que se desarrollaban, tanto en los puntos donde se instalaron como por la línea del tubo por donde conducían la sangre de la Madre Tierra. Por esta se despertaron nuevos conflictos, porque los actores armado ilegales vieron la oportunidad de una renta, la cual consistió en la vacuna o impuesto al derecho a explotar el petróleo. Por donde pasó la línea del tubo, fueron violentos.
Nuestras madres tuvieron que soportar la violencia de colonos que ya se encontraban en gran parte del territorio ocupando grandes extensiones. Ahora los actores armados legales e ilegales usan el territorio como corredor. La condición de frontera la aprovecha la ilegalidad. Los hombres de los actores armados legales e ilegales siguen desde el inicio de su llegada causando estrategias de enamoramiento y violaciones forzosas hasta nuestros días. No han parado estas acciones racistas y discriminatorias hacia nosotras las mujeres U’wa. Esto trae aumento de mestizaje, mujeres violadas y abandonadas embarazadas a su suerte.
El hombre blanco ha impuesto fronteras y las instituciones estatales las siguen haciendo valer, sin tener en cuenta una perspectiva global del territorio sin fronteras, el cual responde a las lógicas ancestrales de los pueblos milenarios, en este caso la nación U’wa. Nosotros tenemos un límite territorial y unos usos establecidos desde la creación, los cuales son totalmente diferentes a los límites nacionales de las dos naciones invasoras, Colombia y Venezuela. Desconocemos sus divisiones del territorio, pero de manera impuesta hemos tenido que aceptarlas para el acceso a derechos que tampoco son garantizados como ordena la Constitución de 1991.
La Madre Tierra es una sola y las actividades en ella son una consecuencia de la ley de origen, la cual permite desarrollar las diferentes actividades diarias en las que la familia forja los saberes ancestrales, todo esto respetando los procesos naturales y continuos de la Madre Tierra. Por eso la defensa del territorio y la cultura se defienden con la vida y esto pone en peligro el buen vivir de las comunidades. Toda la economía del hombre blanco es violenta con la Madre Tierra. La mujer inculca ese valor y respeto sagrado por el territorio, y forma defensores que luego son asesinados por los actores armados que hacen parte de manera legal o ilegal del Estado.
Es claro que los hombres que se enfrentan por el control del territorio son ciudadanos del Estado. La violencia la originan sus hombres, que por diferencias y por inconformismos deciden disputarse el control de las economías legales e ilegales que han suprimido las economías propias milenarias ancestrales. Han disputado el control del territorio por medio de las armas, pero en su discurso dicen luchar por los derechos del pueblo y solo defienden los intereses económicos y traen más y más guerra, no solo contra los hijos de las madres U’wa, sino contra la Madre Tierra. Las familias U’wa no hacemos parte de esta guerra, mucho menos vamos a traer hijos para que el hombre blanco en su guerra sin justificación arrebate la vida de nuestra gente.
Sabemos que nuestro territorio es usado por el Gobierno para financiar su guerra y su economía. Siempre lo ha hecho, pero esto en vez de traer desarrollo lo que ha generado es más violencia, pobreza y despojo, porque los actores armados ilegales viven de todas estas economías. El Gobierno no garantizó la seguridad de las multinacionales e inició una guerra. Nuestras familias quedaron en medio de este conflicto y todos nos culpan de hacer parte de esto, cuando en realidad no es así, pues son estos grupos los que nos sumergen en ella. Lo único que hemos hecho a lo largo de la historia, cuando llegó el hombre blanco, es resistir.
Cualquier voz que defienda los derechos humanos sabe que esa búsqueda le va traer enemigos. En un mundo de machismos donde la voz de la mujer es difícil posicionarla, una situación donde los hombres poco a poco han perdido el rumbo de las orientaciones colectivas y se han dejado contaminar, las mujeres hemos decidido retomar las orientaciones colectivas de las autoridades e ir en defensa de la Madre Tierra. Las mujeres hemos decidido defender los usos y las costumbres que buscan la garantía del buen vivir para nuestros hijos, nietos y nosotras mismas. Todavía hay presencia de actores armados ilegales, fuerza pública, multinacionales, las cuales en medio de esas disputas aún generan víctimas, y aún siguen violando la autonomía de nuestro pueblo. Actualmente hay acciones de explotación de gas y constantes solicitudes para explotación de petróleo y carbón en el territorio, así como la asignación de parques, los cuales siguen haciendo parte del despojo de la autonomía y el control territorial de nuestro pueblo.
El territorio tiene una gran importancia para las familias U’wa. Todo el territorio, sin distinciones de fronteras, las cuales son impuestas sin ningún tipo de respeto por aquello que ya está ordenado por la creación del planeta. La pérdida del territorio ha llevado al peligro del exterminio físico y cultural de nuestro pueblo, pues el territorio lo es todo. Sin el territorio no somos nada, hay una relación directa con él, pues es nuestra Madre. A la Madre Tierra, nosotras y el pueblo U’wa le debemos respeto, amor. Por eso luchamos por su defensa, por eso nos preocupa la naturalización de la violencia que el hombre blanco cada día sigue en continuo crecimiento, sigue el despojo de la vida de nuestra Madre Tierra, continúan sus políticas de explotación. Su misma palabra lo dice, explotar. Esto desangra el planeta y nos arrastra a su destrucción y a la vida que habita en él. Transforma nuestra cultura con su mercado globalizado, el cual ha permeado todo y ha sido difícil mantener la ley de origen en nuestros corazones y en el de nuestros hijos. Vende un imaginario de bienestar, pero detrás está el ego mismo, la muerte, por lo que es necesario hacer un pare y que el hombre blanco escuche al pueblo U’wa y reoriente su camino, su economía, su educación, erradique las fronteras nacionales e internacionales, y hablemos desde la humanidad. El sistema económico, según lo vemos, por su estructura ha atacado los valores y el respeto a la vida. Por esa razón nuestras comunidades milenarias y autóctonas desaparecieron y hoy solo quedan treinta y tres comunidades en el territorio ancestral binacional.
Queremos que el mundo sepa que a causa de una política económica nuestro pueblo ha tenido que sufrir, poner vidas. Las mujeres U’wa, desde la binacionalidad, luchamos por la humanidad. El mismo aire y agua que usan para sus vidas es el que defendemos nosotras las mujeres, entonces ¿por qué les quitan la vida a nuestros hijos, hermanos, familiares? Si somos quienes defienden la Madre Tierra, ¿por qué buscan su destrucción? ¿Acaso no hay peor hijo que aquel que intenta matar a su dadora de vida? Y a pesar de eso, ella con sus últimos alientos sigue dando vida para que la humanidad viva. Vemos cómo ella nos da algo que no merecemos, nos alimenta, nos da aire y nos quita la sed. Algo que no entendemos es por qué el hombre blanco cava no solo la tumba propia, sino la de la humanidad y la del planeta.
Queremos que el mundo sepa que desde los hechos en las temporalidades de violencias hacia nuestras mujeres que ya no están hoy, muchas resistieron, defendieron la vida y lo hicieron como podían en esos momentos, conservando los saberes ancestrales, huyendo de los despojadores colonizadores, huyendo de los procesos de despojo a la educación y los saberes ancestrales que la Iglesia implementó. Hoy, gracias a la Constitución de 1991 y la Ley 21 que hace parte de la Constitución, el convenio de la OIT, nos reconocen, pudimos alzar nuestras voces en la defensa de unos derechos. Desde ahí hemos acompañado diferentes procesos de resistencia. Rosmira Sandoval, Claudia Cibaria, Liseth Garcés Aguablanca y Daris María Cristancho son unas de las mujeres sobresalientes en las luchas por la defensa de la Madre Tierra.
Daris María ha venido acompañando desde el inicio al mayor Berito Cuwaru’wa, desde el año 95, más o menos. Su proceso de aprendizaje y lucha por la vida inicia contra las multinacionales, a las que se les pidió el respeto por la Madre Tierra y los valores culturales. También le pedimos respeto al Gobierno, que a pesar de los mensajes hizo oídos sordos desde el año 92, cuando inició la ejecución de la exploración y explotación del bloque Samore, el cual consistió en una extensión que cubría territorio en los actuales departamentos por el lado de Colombia.
La presión sobre las mujeres que acompañaban esos procesos aumentó cuando los actores armado ilegales como las FARC-EP se pusieron al servicio de las petroleras y amedrentaron al mayor Berito, además de por los señalamientos y amenazas de la fuerza pública. No había garantías en los gobiernos de César Gaviria y Ernesto Samper y eso creó un ambiente de inseguridad durante esos años. El Gobierno garantizó el ingreso de las multinacionales, permitió las licencias ambientales y puso a disposición el Ejército para su protección, todo esto pasando por encima de la nación U’wa.
La presencia de multinacionales, actores armados y hechos de violencia a las comunidades y la Madre Tierra aumentaron la incertidumbre. Quedamos en medio de un conflicto, lo que llevó a los líderes hombres y mujeres de la época a buscar ayuda. Terry Freitas, de 24 años; Lahe’enae Gay, de 39; e Ingrid Washinawatok, de 41, fueron aliados en la defensa de la vida y los derechos U’wa. Acompañaron a Berito en su viaje a Estados Unidos para exigirle a la Oxy que renunciara al interés de explotar tierras que hacen parte del territorio de la nación U’wa, además de evidenciar las violencias sufridas por nuestro pueblo por parte de los gobiernos anteriores y actuales. Este ejemplo de lucha fue crucial para nosotras las mujeres y para toda nuestra gente, pues logramos por fin que escucharan el dolor impuesto por parte de un opresor.
Es verdad y sabemos que no les va a gustar oírla, mucho menos a los responsables, pero fue la sangre de nuestros ancestros y actuales hermanos y familiares, fue nuestra gente y la Madre Tierra, las que han sido violentadas desde que llegó el hombre blanco. Cuando llegó a nuestros territorios, el dolor causó lágrimas. Colombia y el mundo deben saber por lo que tuvimos que pasar, pero es más importante conocer y reconocer que aún sigue la violencia contra la Madre Tierra, que las violencias siguen en el territorio, los actores armados siguen reclutando, señalando, amenazando, asesinando a nuestra gente como forma de control. Además de la violencia que se ha venido materializando y que no para, hoy las políticas no responden a las necesidades culturales. Se camuflan de hipócritas para la erradicación de nuestros saberes ancestrales que hacen parte de nuestra estructura social. No hay atención con enfoque diferencial, así que esa violencia tiene que ver con la violencia estructural, la cual convierte al hombre blanco en un desconocedor del ser humano U’wa, deshumaniza la existencia, las costumbres y los usos milenarios.
En el año 2000, periodo de gobierno de Andrés Pastrana, la nación U’wa decidió movilizarse para la defensa de los derechos del pueblo U’wa binacional. Daris María y otras mujeres acompañaron desde lo organizativo este proceso de resistencia contra la Oxy y les dejó un antecedente a mujeres que venían tras ella en ese trabajo y lucha en defensa de los derechos colectivos y de la Madre Tierra. Mujeres como Cludia Cobaria, Delicias Aguablanca, Yolanda Tegria, Lizet Garcés Aguablanca y Rosmira Sandoval, entre otras mujeres, han estado representando a sus comunidades desde los cabildos menores y haciendo parte del equipo directivo de la Asociación de Autoridades tradicionales y cabildos U’wa. Ellas se han tenido que hacer a pulso, formándose, capacitándose culturalmente por las autoridades tradicionales y occidentalmente, demostrando las capacidades, con capacidad de hablar de gobierno a gobierno, conociendo sus leyes. De esta manera, las mujeres U’wa hemos podido defender los intereses de cada una de nuestras comunidades.
Una situación que unificó a estas mujeres ocurrió en el año 2016, cuando la nación U’wa nos tomamos la planta de gas de Sedeño, la cual está dentro del bloque Sirirí y Catleya, donde actualmente se está explotando el gasoducto Gibraltar. Es en los límites municipales de Cubara y Toledo, cerca de la frontera con Venezuela. Ante el incumplimiento de los acuerdos pactados con el Gobierno nacional en el año 2014 y las constantes violaciones a los principios territoriales, pues las fincas de Sedeño donde está instalada la maquinaria es de propiedad colectiva del pueblo U’wa, ni la multinacional ni el Gobierno nacional han respetado esto y han pasado por encima imponiendo sus intereses. Luego de un diálogo con los funcionarios del gobierno de Juan Manuel Santos, se reafirmaron nuevos acuerdos, los cuales tiene que ver con el saneamiento y la ampliación del territorio, cancelar las licencias adjudicadas para la exploración y explotación de recursos naturales, el resarcimiento a las afectaciones históricas y contemporáneas, y el reconocimiento de los títulos coloniales, entre otros que protegen la vida y el territorio (no solo del pueblo U’wa, sino del planeta y toda forma de vida en él).
Defender el territorio como mujer sigue siendo complicado. Primeramente están los miedos a las amenazas de las personas con intereses en la explotación de los recursos no renovables en el territorio ancestral. Pero el sueño de la dignidad de nuestro buen vivir nos anima, el dolor de nuestras compañeras, las injusticias contra ellas, los maltratos, el dolor mismo son una razón que impulsa, pues no queremos que se sigan repitiendo esas violencias. El deseo de ver a nuestro pueblo con las garantías de poder fortalecernos culturalmente, el sueño de nosotras mismas de superarnos y poder ofrecer más a nuestras generaciones presentes, nos motiva a seguir en esta lucha. Esto no quiere decir que dejamos de sentir miedo, claro que lo hay, por eso queremos alzar la voz al mundo para que unidas todas y la humanidad universal construyamos la sociedad del futuro donde la vida digna sea prioridad, y no el mercado y el dinero.
La violencia es de las personas occidentales. Sean ilegales o legales, hacen parte de una nación colombiana, nacida y criada en sus sistemas, los cuales por diferencias ideológicas crean la guerra. No es nuestra culpa. Ahora nos señalan y culpan, cuando nosotros no hacemos parte de esa guerra, somos es víctimas de sus problemas espirituales, por lo que pedimos aclararle a la sociedad mayoritaria que no nos señale más de ser de aquí o de allá, nosotras y nuestras comunidades de lo que somos claros es que somos U’wa.
Sin el territorio no somos nada, por lo que le pedimos al mundo que nos ayude en los procesos de saneamiento y ampliación del territorio ancestral. Las dos naciones deben generar los espacios de diálogo para hacer posible la atención, pues perdimos el territorio de manera violenta. Los anteriores gobiernos responsables y las multinacionales deben reconocer y pedirle perdón al pueblo U’wa por todos los daños históricos y actuales. Pedimos un compromiso para pagar los daños causados.
En cada uno de nuestros componentes de la estructura social de la nación U’wa tenemos unas dificultades, las cuales no es necesario aplicar las líneas de acción que se documentaron en los planes de salvaguarda. De no ser así, continuará la política occidental llevándonos al exterminio físico y cultural, por lo que de manera transversal debemos dialogar para llegar a acuerdos que no vayan en contravía de los usos y las costumbres de la nación U’wa. Pedimos la autonomía en los territorios, de manera que podamos recuperar y fortalecer nuestros usos y costumbres milenarias en los lugares, según las funciones establecidas desde la creación, por medio de la articulación del diálogo de gobierno a gobierno en la situación de binacionalidad.
Queremos decirle al mundo que el conflicto sigue en los territorios. Los actores armados legales e ilegales y los civiles responsables siguen junto con el Estado en la lucha por el control de las economías legales e ilegales presentes en la frontera y en las comunidades asentadas en el territorio ancestral. Actualmente hemos tenido que hablar con todos los que llegan a nuestro territorio, pues es nuestra casa y el que llega a casa ajena debe saludar y buscar hablar con el dueño. En esos diálogos les hemos dicho a todos lo mismo, que respeten a la Madre Tierra, que respeten a los miembros de nuestras comunidades, que no nos hagan parte de sus guerras. Esos diálogos nos han costado señalamientos de lado y lado, pero nosotros no tenemos armas, la única arma es la palabra y la usamos con todo actor que llegue, como cualquier Estado dialoga con sus vecinos.
ASOU’WA
Es una organización del territorio ancestral del pueblo U’wa que trabaja para fortalecer la identidad cultural y las costumbres ancestrales de sus habitantes. Los U’wa son conocidos como Guardianes de la Madre Tierra y del Planeta Azul.